19.1.13

Momento a momento.

Quiero que arañes mi espalda al ritmo de esta canción. Enreda tus dedos en mi pelo. Acércate a mi, empiezo a sentir frío. Roza mi pecho con tus dedos, con tu pecho. Deja de temblar, yo cuidaré de ti. Siento que me desprendo de mi cuerpo. Hoy me alegro de no tener mantas. Somos tú y yo. Sin máscaras. Tócame. Tócame… Siénteme. Te siento. Te toco. Qué lío de respiraciones, ya no sé cual es cual. Huele a coco y a sexo. Eres tan suave que no puedo parar de recorrerte. Quiero jugar contigo. Dejo de oír la música. Dejo de oír tus gemidos. Y los míos. Dejo de oír. Tampoco veo. Solo salto. Y vuelo. Y no quiero volver, no vuelvo. Tú estás volando conmigo. Pero vuelve el sonido. La realidad nos envuelve. Tú te separas para ponerte el antifaz. Yo me avergüenzo de ser yo. Fríos besos en los labios y esquivas miradas. Te pilla por sorpresa ese abrazo. Te derrumbas, pero yo no lo veo. Cinco minutos después ya te has ido. Todavía huele a sexo. Y a ti.

8.1.13

Esto lo podría haber escrito yo...

“Y aún ahora me parece absurda la vida de casi todas las mujeres de mi edad: amar o esperar el amor, cristalizado en un hogar, hijos, etc. Es más, todo me parece absurdo: tener un empleo, estudiar, ir a reuniones, etc. Siempre he sentido que yo estaba designada o señalada para una vida excepcional. No sé cómo saldré de todo esto, si llegaré a salvarme o si lo mejor será suicidarme ahora mismo.” — 3 de enero de 1960, Alejandra Pizarnik.
Así como el amor a la libertad, el odio a aquel que nos la arrebate.